La humanización de la economía

La humanización de la economía

Con “la guerra cruel e insensata” en Ucrania, la pandemia no acabada, la economía en manos de grupos pequeños de élites fuera del control político, con el medio ambiente en la UCI, hambrunas y guerras olvidadas en muchas partes del planeta, millones de refugiados, los múltiples desastres naturales, juntando todo esto con una crisis profunda de la moral estamos en una época muy delicada incluso decisiva para la supervivencia de la humanidad. En medio de este panorama no alentador urge dar un giro radical a este rumbo ominoso. Es absolutamente necesario repensar el modelo económico que rige nuestro mundo.

Adam Smith en el siglo XVIII escribió sobre cómo debía funcionar la economía moderna y apostaba por la autorregulación con meros criterios económicos. Así es como se ha producido el fenómeno de la des-vinculación entre la ética y la economía.

El Papa Benedicto XVI analiza en “Caritas en Veritate” las consecuencias nefastas de esta manera de pensar y actuar. Y el actual Papa Francisco no se cansa de observar que el hombre no está creado para estar al servicio del capital sino el capital debe estar al servicio de la persona.

Hay que decirlo sin tapujos: el actual sistema tiene una dinámica interna de funcionamiento que excluye, descarta y empobrece a muchas personas y hasta pueblos enteros impidiendo su desarrollo integral, su autorrealización y disfrute de los derechos fundamentales correspondientes a la dignidad inalienable de cada persona independientemente de donde nazca y de que raza o religión sea.

Los cristianos no podemos evitar la siguiente pregunta: ¿Cómo humanizar y escapar de este sistema económico del cual somos prisioneros? Parece un círculo diabólico y herméticamente cerrado. Pero los cristianos estamos llamados a seguir a Cristo y su Evangelio y no a “los demonios de la economía” (Luis González Carvajal Santabárbara). ¿No es necesario una disidencia para combatir las perversiones que produce la economía? ¿Qué queremos: enriquecimiento propio o fomentar el bien común? ¿Cómo amar a Dios si marginalizamos y dejamos morir en la cuneta a tantas personas? ¿No debemos promover una cultura de cuidado? ¿No estamos llamados por el Evangelio para combatir la injusticia social y ser constructores de paz y de justicia en medio de un mundo ofuscado por el afán del poder y de riquezas? ¿No vemos que los pobres son pobres porque los ricos los hemos depravado de sus derechos y de su dignidad? ¿No nos damos cuenta de que los pobres están pagando nuestra prosperidad? ¿No ha llegado la hora de reconocer que nuestra sociedad, que sobre todo busca el placer y la diversión y no la auténtica felicidad, vive una “alegre superficialidad” que “nos ha servido de poco”? (Cf. Papa Francisco, FT 113).

Lo que urge de verdad es despertar la ética cristiana, dejando de lado los egoísmos, apostar por los derechos humanos de todos los hombres y mujeres, trabajadoras y trabajadores, familia de Dios, hermanas y hermanos nuestros y “entrar en otra lógica” (Papa Francisco) que no sea una fantasía o utopía irrealizable sino un deber moral para devolver la humanización a la economía.