Dar malas noticias… ¿comunicar la verdad?

Dar malas noticias… ¿comunicar la verdad?

Hasta hace no mucho tiempo, la relación entre el médico y el enfermo era paternalista. Esto es, que el paciente tenía que comportarse como un niño y obedecer al médico. Si así lo hacía era un buen enfermo. Actualmente, esta forma de entender esta relación ha cambiado radicalmente; en estos tiempos el enfermo se ha convertido en una persona autónoma, capaz de tomar decisiones por su cuenta.

Desde el punto de vista legal la ley de autonomía del paciente dice que la información será verdadera, comprensible y adecuada a las necesidades y le ayudará a tomar decisiones de acuerdo con su propia y libre voluntad. El titular del derecho a la información es el paciente en la medida que lo permita de manera expresa o tácita. Este derecho a la información salía al paso de una cultura sanitaria dominante como se comentaba en el citado paternalismo médico.

El modo de expresarse más que un acto instantáneo y único de transmitir el conocimiento, es un proceso que se desarrolla en el tiempo.

Hay que tener en cuenta que en nuestra cultura mediterránea la familia frecuentemente por un excesivo afán de proteccionismo supone un obstáculo a que se dé esa información. A esto se le ha denominado como el “complot del silencio”.

También hay casos en los que existen motivos para sospechar que la información puede alterar al enfermo hasta el punto de convertirle en un incompetente o incapaz para decidir. En estas situaciones no se ha de dudar de que el médico no ha de informar. También hay ocasiones en las que el enfermo no quiere saber nada de su situación, no deseando recibir la información necesaria, lo que lógicamente hay que respetar y es que también existe el derecho a no saber.

Muy importante es comprender que el paciente es el que marca el ritmo de la información. Por eso se dice que es un proceso, no un acto aislado. A veces querrá saber muchas cosas, otras nada o casi nada, pero siempre hay que darle la oportunidad de hacer preguntas.

Es necesario infundir esperanzas, no falsas esperanzas y sustituir de una vez por todas las mentiras piadosas por una forma piadosa de decir la verdad.

Como norma general hay que buscar un lugar tranquilo, donde se pueda dialogar, averiguando lo que el enfermo sabe, lo que está en condición de saber y ayudar a los familiares a romper la conspiración del silencio.

No existe una fórmula fija, cada situación es diferente. Se puede decir que se trata de un arte, nadie desearía tener que comunicar malas noticias, pero alguien debe de hacerlo, correspondiendo esa forma piadosa de decir habitualmente al personal sanitario, sin excluir lógicamente a otras personas como pueden ser los capellanes de hospital, sacerdotes de parroquias o agentes de pastoral de la salud, además de personas o allegados al enfermo con una especial sensibilidad y empatía. Sin duda una tarea difícil en la que la mayoría de nosotros nos veremos como receptores de esa clase de malas noticias.