Admirar y reverenciar la Naturaleza

Admirar y reverenciar la Naturaleza

“Vive de acuerdo con la naturaleza porque de este modo obrarás correctamente”.  Este pensamiento del filósofo estoico Cleantes de Aso, vuelve a situarnos en el debate sobre la naturaleza y el ritmo natural de las cosas de la vida. La pandemia, curiosamente, nos ha traído como beneficio la valoración de lo cercano y un redescubrimiento del valor de la naturaleza.

Es evidente que el compromiso ético de vivir de acuerdo con la naturaleza es una proclama continua de las instituciones políticas internacionales; lo reclama con intensidad la comunidad científica, nos lo recuerda encarecidamente el papa Francisco; pero, sobre todo, lo dice el sentido común.

Sin embargo, volvemos a vernos en el espejo de nosotros mismos y contemplamos un planeta enfermo y una casa común cuyas paredes se van agrietando y destruyendo, sobre todo en las personas, colectivos y países con mayor vulnerabilidad.

Asumiendo que toda exageración de la mentalidad ecológica bien sea por el lado del “negacionismo” como por una ilusoria “vuelta a las cavernas” es igual de demagógica, todo apunta a la necesidad de recuperar el equilibrio. Éste pasa por asumir los ritmos que la propia naturaleza impone en sus lunas y en sus días, en la belleza, en sus ciclos, en el amor y la poesía, en el relato o en el cuidado de lo más frágil que la vida cotidiana va poniendo en nuestras manos.

Los filósofos ya lo intuyeron hace ya veinticinco siglos: “SECUNDUM NATURAM VIVERE”. Es más, propusieron como fundamental este compromiso ético incluso por delante de la salud y de la economía (ambos elementos demasiado conjugados en el discurso de estos últimos tiempos). Cleantes, quizá porque era trabajador y porteador antes que pensador, pidió respeto al orden material establecido cuyo fundamento es de orden divino: “Es a ti (ZEUS) a quien obedece todo este universo que gira alrededor de la tierra”. O como decimos en nuestra tradición bíblica: “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor» (Dn 3,57).

Cuando pasen otros veinticinco siglos seguiremos pidiendo al ser humano que cuide de la naturaleza y así lo seguiremos pidiendo siglo tras siglo.  El único consuelo es creer que, un acercamiento mayor a su verdad profunda, no impida reconocer que toda la sabiduría está ya contenida en ella. Basta pues, admirarla y reverenciarla.